Es fascinante como un buen divulgador despierta el interés por una disciplina. Stefan Zweig enciende la pasión por la historia a través de Momentos estelares de la humanidad, catorce miniaturas históricas descritas con maestría.
Me crucé con este escritor en El mundo de ayer, obra en la que captura los hechos sucedidos durante la primera mitad del s.XX en Europa. Desde la seguridad de los años previos a la Primera Guerra Mundial hasta la invasión de Polonia por la Alemania nazi, en esta etapa histórica suceden, sin apenas separación, algunos de los mejores y peores momentos de nuestra especie. El final del libro recoge uno de los patrones de la historia: «toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y sólo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, sólo éste ha vivido de verdad.»
El camino está lleno de altibajos y, en Momentos estelares de la humanidad, el creador austriaco busca los extremos. El culmen o el abismo, la luz o la sombra, allí encontrarás lo más interesante. Zweig, que domina el arte de contar historias, esconde varias lecciones en cada momento estelar.
El libro comienza anunciando la escasez de lo extraordinario: «Los millones de hombres que conforman un pueblo son necesarios para que nazca un solo genio. Igualmente han de transcurrir millones de horas inútiles antes de que se produzca un momento estelar de la humanidad». Comparto en esta edición de Aprendizaje Infinito algunas reflexiones alrededor de tres momentos estelares: la derrota de Napoleón, el asesinato de Cicerón y la genialidad detrás de La marsellesa.
La derrota de Napoleón
«Durante un segundo, Grouchy reflexiona. Y ese segundo configura su propio destino, el de Napoleón y el del mundo entero. Ese segundo en la casa de labor de Walhaim determina todo el siglo XIX e, inmortal, pende de los labios del hombre honrado, pero mediocre. Ese segundo, impotente, está en unas manos que nerviosas arrugan entre los dedos la funesta orden del emperador. Si Grouchy, confiando en sí mismo y en la evidente señal, fuera capaz de reunir el valor necesario para atreverse a desobedecer la orden del emperador, Francia estaría salvada. Pero el subalterno siempre obedece lo que está escrito, jamás la llamada del destino».
Narrar el pasado desde el presente oculta las historias alternativas. Tras conocer vencedores y vencidos en la batalla de Waterloo, parece obvio que el general Grouchy debía desobedecer las órdenes iniciales de Napoleón. Hay un pequeño detalle que Zweig parece olvidar: en el momento de la decisión el resultado final es un completo desconocido.
Decidimos en incertidumbre pero juzgamos las decisiones conociendo sus consecuencias. Siendo justos, a Grouchy hay que mirarlo con la información disponible en el instante en el que decide perseguir al ejército prusiano, obedeciendo así la orden de Napoleón, en lugar de apoyar la lucha contra los ingleses. ¿Acaso algún francés del s.XIX era capaz de desacatar una orden militar de Napoleón? ¿Acaso alguien tenía el valor para llevar la contraria a la persona más admirada de toda Francia?
El asesinato de Cicerón
Una idea parecida encuentro en los últimos días de Cicerón. César ha sido asesinado y el pueblo romano, acostumbrado a la tiranía y sin un nuevo líder carismático, es incapaz de volver a asumir la responsabilidad de ser libre. El interés por restaurar la libertad se ha perdido por completo.
Zweig teoriza de nuevo con un enfoque resultadista. Si Cicerón hubiese aprovechado para hacerse con el poder para imponer orden, nadie se hubiese opuesto. «Y si hubiera sabido aprovechar (los días), la asignatura de Historia que todos nosotros estudiamos en la escuela habría sido bien distinta».
¿Qué frenó al gran orador para cambiar el curso de la historia? «Una vez más, en el hombre de espíritu, en el creador, se renueva la misma escisión: ver mejor las necedades de su época le lleva a intervenir y en un momento de entusiasmo se lanza con pasión a la lucha política, pero, al mismo tiempo, duda de si ha de responder con violencia a la violencia. Su conciencia retrocede ante la idea de practicar el terror y derramar sangre. Y esa vacilación y esa deferencia en ese momento único que no sólo autoriza la falta de consideración sino que la exige, paraliza sus fuerzas».
Cicerón, cansado de huir y vivir, moriría asesinado por los sicarios de Antonio. El filósofo Bertrand Russell resumiría años más tarde el problema que padeció Cicerón y que, a lo largo de toda la historia, padece la humanidad: «los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas».
La genialidad detrás de La marsellesa
«Como bajo un ajeno dictado, Rouget escribe con precipitación, cada vez con mayor precipitación, las palabras, las notas. Le ha sobrevenido un ímpetu que repercute en su alma estrecha y burguesa como ningún otro hasta ahora. Una exaltación, un entusiasmo que no son suyos, un poder mágico, concentrado en un único y explosivo segundo, arrastra al pobre diletante muy por encima de sus propios límites y, como cohete, lo lanza — por un instante, luz y llama resplandeciente — hasta las estrellas. Durante una noche, al capitán Rouget de Lisle se le concede formar parte de los inmortales».
Pocos son los elegidos por la diosa Fortuna. Rouget está predestinado a alcanzar el sueño del creador; Rouget alcanzará la inmortalidad con su obra. El genio del instante decide poseer al joven capitán que escribe hasta caer agotado.
Al principio La marsellesa pasará desapercibida. «Rara vez comprenden los contemporáneos a primera vista la grandeza de un hombre o la magnitud de su obra». El tiempo, juez supremo, revertirá la situación y, más de 200 años después, la genialidad de una noche todavía perdura. Zweig escribe «a la larga, la energía innata de una obra no se puede ocultar ni desoír». La inspiración pilló al artista trabajando y, lo que comenzó como una canción para infundir valor a las tropas, es ahora el himno nacional de Francia.
Acercarte al pasado desde el presente, con la precaución necesaria para juzgar a la luz de los resultados pero dejando libertad a la imaginación, te llevará a conocer la fascinante historia de la humanidad. La derrota de Napoleón, el asesinato de Cicerón, la genialidad de La marsellesa y los otros once Momentos estelares esconden divertidas madrigueras de conejo. Toda disciplina puede ser una fuente de satisfacción y aprendizajes, y la historia no es la excepción. Sólo me faltaba encontrar una persona cuyas explicaciones estuvieran a la altura.
Sergio -.
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Gracias por ayudarnos a redescubrir pasajes, apreciar su belleza y extraer su APRENDIZAJE INFINITO.
Supongo que el mundo está lleno de cosas maravillosas y a veces solo necesitamos el empujón de “una persona cuyas explicaciones estuvieran a la altura”
Mi favorita de Zweig: “ Nada torna a la gente más desnaturalizada e insubordinada que una larga y constante ociosidad”.
Contigo no caemos en ella.
Resulta casi imposible acertar en las decisiones. Hay tantas capas de sesgos, temores y factores externos que muchas veces acertamos por pura suerte. A los grandes de la historia también les sucedió, para bien y para mal. Es el juego de la vida, emocionante y desesperante a veces. Gracias por tus reflexiones y propuestas, aquí se aprende a pensar mejor.