Entender nuestro comportamiento es complicado. Nada parece causar nada pero todo influye en todo. Cada pequeña acción puede ser explicada desde múltiples niveles.
Sapolsky en Compórtate explica el comportamiento humano. Su análisis va desde el segundo antes, cuando el impulso nervioso ordena la acción al músculo, hasta millones de años atrás, cuando la evolución - ese proceso que lleva millones de años dando forma a la vida - comienza a forjar nuestra biología.
En esta edición recojo 9 ideas para entender cómo nos comportamos. Desde el segundo antes hasta la adolescencia.
I. El cerebro ordena a los músculos. Las neuronas están en reposo. Llega un mensaje en forma de señal eléctrica y viaja del axón de una neurona (”su boca”) a las dendritas de otra (”sus oídos”). La mielina, una sustancia que recubre la neurona, imprime velocidad al mensaje. El tipo de mensaje que se intercambian las neuronas no son sólo impulsos eléctricos, también pueden ser neurotransmisores. El cerebro es una de las causas pero no es el lugar donde empieza el comportamiento.
II. Decidimos con emoción y razón. La dicotomía es falsa. Las partes del cerebro no se pueden entender por separado. Establecemos aún así la división para acercarnos a comprenderlo. “El lóbulo frontal te hace hacer lo que es más difícil cuando es lo que toca hacer”, así presenta Sapolsky a la parte que considera más interesante. El lóbulo frontal controla la respuesta emocional, estructurando los pensamientos y realizando un análisis coste-beneficio. No sólo la razón nos permite acercarnos al futuro. El sistema límbico, una parte más “emocional” del cerebro, cultiva el instinto mediante los marcadores somáticos: simulaciones internas de cómo nos sentaría cada posible resultado. Cognición y emoción mezcladas al tomar la decisión. En función del contexto y la velocidad necesaria, optaremos por un proceso más emocional o uno más racional.
III. Cuanto más consumimos, más hambrientos estamos. La dopamina es el aliento para lograr nuestros objetivos. Obtienes la recompensa y aprendes. Los humanos hemos roto el juego. La tecnología, que tantas ventajas tiene, nos ha permitido inventar exagerados placeres alcanzables sin esfuerzo. Sapolsky captura las consecuencias: “Queremos más, más rápido y más fuerte. Lo que ayer fue un placer inesperado, hoy lo sentimos como un derecho y mañana no será suficiente”.
IV. Tus sentidos y el cerebro mantienen una bonita relación. Escuchas. Hueles. Sientes. Las palabras elocuentes de una promesa. El olor a amanecer del parque. La pesada barra dispuesta a frenar el avance de tu sentadilla. Los estímulos, captados por tus sentidos, viajan al cerebro. El cerebro contrataca agudizando los sentidos en función de las necesidades del cuerpo. El olor de un guiso recién hecho tras un día en ayunas. El sonido de un gato en una noche solitaria.
V. La testosterona: la hormona de los machotes. Incrementa cuando ganas, ves ganar a tu equipo o los resultados superan tus expectativas. Disminuye la empatía, el miedo y la ansiedad. Aumenta la seguridad en ti mismo y el optimismo, lo que puede acabar - ¡y acaba! - en narcisismo, arrogancia y egocentrismo. Potencia los patrones de agresividad. Desencadena cualquier comportamiento necesario para mantener el estatus, sea hacer una oferta generosa o pelear. Es la hormona que te hace hacer lo que en ese momento signifique ser un machote.
VI. La oxitocina: la hormona social. Potencia el comportamiento maternal, aumentando el deseo de cuidar a los hijos. Reduce el interés de los hombres en otras mujeres. Fortalece el vínculo con otras especies. Incrementa la confianza, hasta el punto de convertirte en incauto. Impulsa los comportamientos desinteresados. Exagera nuestra tendencia tribal al ellos vs nosotros: más generoso con los de tu equipo y peor con los demás. Como el resto de hormonas, depende del contexto.
VII. El estrés altera el equilibrio. El cuerpo moviliza energía para usarla, posponiendo los proyectos a largo plazo como la recuperación. No estamos diseñados para activar tan a menudo y durante demasiado tiempo la respuesta al estrés. El estrés crónico acaba con nosotros: la presión diaria del jefe. El estrés puntual nos fortalece: el sprint acompañado de descanso. Por si fuera poco: el estrés facilita la adquisición de miedos, empeora la memoria, distorsiona la asunción de riesgos y nos inclina hacia el egoísmo. Siempre contexto, el estrés puede sacar lo mejor de algunas personas.
VIII. El cerebro cambia cuando aprendes. “Si se repite las veces suficiente, ¡ajá!: se te enciende la bombilla y ya lo tienes”. La sinapsis - el canal de comunicación entre neuronas - se fortalece con la repetición. El estrés moderado facilita el aprendizaje; el prolongado, el olvido. El cerebro adulto sigue creando nueva neuronas. El ejercicio y el aprendizaje favorecen este proceso. Nuestro cerebro cambia pero tiene límites: “10.000 horas de práctica no nos garantizan la neuroplasticidad necesaria para hacer de nosotros un Yo-Yo-Ma o un Lebron James”.
IX. El influenciable adolescente tiene problemas de autocontrol. El lóbulo frontal es la última parte del cerebro en desarrollarse. El adolescente asume riesgos y busca novedades, especialmente en presencia de sus colegas. La necesidad de pertenencia al grupo en esta etapa es arrolladora. En la cabeza del adolescente “¿qué piensas de ti mismo?” equivale a “¿qué piensan los demás de ti?”. No es que estemos mal hechos. Al desarrollarse más tarde, el lóbulo frontal se “libera” de la influencia de los genes.
Hasta aquí las 9 ideas de esta edición. Repito la frase con la que empecé este texto: Entender nuestro comportamiento es complicado. El mapa no es el territorio es una afirmación que adquiere especial importancia cuando existen tantos matices. Las diferencias individuales no están recogidas en esta edición. Hay jóvenes con un autocontrol envidiable y personas adultas que superan sin despeinarse la falta de autocontrol adolescente. Y así podría matizar cada frase, porque entender el comportamiento humano es una tarea infinita.
Sergio -.
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