«La falsedad vuela, y la verdad viene cojeando tras ella, de modo que cuando los hombres llegan ya es demasiado tarde; la broma ha terminado y el cuento ha surtido efecto». — Jonathan Swift
Como de costumbre, Nietzsche fue quien dinamitó los cimientos: «las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son». Ciento cincuenta años más tarde, ya ni siquiera exigimos que la ilusión tenga un mínimo de elaboración y coherencia. Si quien lo hace es uno de los nuestros, nos conformamos con cualquier truco barato.
La verdad ha muerto. Le ha sustituido la opinión. La emoción ahora prima sobre la razón. La creencia ahora importa más que el saber. La narración ahora modifica los datos como le conviene. Los hechos ahora se tergiversan para guardar las apariencias. Quizás ha sido así siempre pero es ahora cuando es más evidente.
Mentiras políticas
En el siglo I a.C, Octavio y Marco Antonio estaban luchando por hacerse con el poder en Roma tras la muerte de Julio César. Marco Antonio llevaba tiempo en Egipto y Octavio aprovechó la oportunidad para difundir bulos y mentiras. La campaña tuvo éxito: Antonio era el extranjero dominado por Cleopatra y Octavio el salvador. A la victoria ideológica le siguió la victoria militar. Marco Antonio se suicidó junto a Cleopatra y Octavio se convirtió en el primer emperador de Roma.
Sánchez y Trump han seguido los pasos de Octavio. La mentira es —y ha sido— una de sus herramientas para conseguir y mantener el poder. En realidad, dudo que haya algún político en activo que no eche mano de la mentira para satisfacer a su tribu de votantes. En una entrevista para la revista TELOS, el filósofo Michael Sandel explica cómo la llegada de la posverdad a la política nos afecta:
«El peligro más profundo es que surja una generación de jóvenes a los que realmente no les importe, que piensen que la política consiste en enfrentarse a gritos, en competir por reivindicaciones que pueden ser ciertas o no. Y se limiten a votar, si es que votan, a su equipo, sin prestar atención al contenido del argumento y sin juzgarlo ni evaluarlo. Este es el verdadero peligro, no solo que cada vez sea más difícil distinguir lo que es real de lo que es falso, sino que esa distinción deje de importarnos».
Me importa la distinción entre lo real y lo falso pero dudo que, con el sistema actual, alguien pueda llegar al poder diciendo la verdad. Veo la política como una competición entre equipos y, para entretenerme, prefiero ver los partidos de Champions del Madrid.
He perdido la fe en la política pero no me doy por vencido en la batalla contra la posverdad. Si cada uno de nosotros nos responsabilizamos de la información que creamos y difundimos, creo que podremos mantenerla a raya.
Llados en Kapital
Es difícil decir qué es verdad pero hay mentiras que son obvias. Para enfrentarnos a la posverdad podemos empezar por señalarlas. Llados es un personaje que tiene mensajes interesantes: esfuérzate, cuida tu cuerpo, no te quejes, mejora tu mentalidad y trabaja en tu desarrollo como persona. Estos mensajes no justifican las barbaridades que suelta por la boca. Hay personas igual de interesantes que no generan tanta polémica ni atraen tantas visitas.
Kapital es uno de mis podcast favoritos. Me gusta el criterio de Joan y su estilo de conversación. Pago por apoyar su proyecto. He asistido y disfrutado de varios de sus encuentros presenciales. Para enfrentarse a la posverdad hay que cuestionar la información, especialmente la que forma parte de las comunidades a las que perteneces y la que confirma tus creencias. Lo fácil con Llados es reír la gracia y seguir dando bombo al podcast. Creo que, salvo para denunciar la estafa que tiene montada, seguir dando visibilidad a este personaje es un error.
Joan no ha blanqueado pero sí que ha cedido su altavoz y ha transferido su credibilidad al «Dostoievski del siglo XXI». Joan no cuestiona el mensaje de sus invitados y creo que eso hace que las personas se abran y la conversación sea más valiosa. Ese silencio puede ser peligroso cuando al otro lado está el líder de una secta. De los miles de oyentes, puede que alguno acabe pagando por el producto de Llados y Joan será en parte responsable.
Creo que, especialmente los que tenemos cierto altavoz, tenemos que responsabilizarnos de los mensajes que difundimos. No todo vale. No cualquiera merece voz.
Sergio-.
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Hola Sergio, como siempre, honesto. En cuanto a la entrevista a semejante gañán, con mi admiración intelectual por Joan , creo que se equivoca. Las declaraciones de semejante ser rozan lo ilícito, si es que no lo son directamente. Cambia gordo por negro y tienes un auténtico delito.
Creo que hay una línea clara que conecta a los actores políticos con el ejemplo del podcast: se pretende conseguir una ganancia, un rédito. En el caso de la política hablamos de poder y dinero, básicamente; en el caso del podcast pensamos en audiencia o suscriptores.
La cuestión es que la posverdad de la que hablas nos lleva a un imperativo moral (a la manera kantiana, por decirlo así) que deberíamos plantearnos constantemente: ¿qué estamos dispuestos a sacrificar para alcanzar lo que queremos?