«La cuestión no es lo que se mira, sino lo que se ve. Basta contemplar el menor hecho o fenómeno, por familiar que sea, desde un punto que se aparte un pelo de nuestro camino habitual o de nuestra rutina, para quedar sobrecogido, encantado por su belleza y su significado». — Henry David Thoreau
Tus creencias no sólo condicionan la respuesta a cualquier pregunta, también condicionan las propias preguntas. No puedes explorar lo que hay afuera sin lo de adentro. Tus pensamientos subjetivos sobre cómo es y cómo funciona lo que te rodea –tus creencias– influyen en cómo aprendes y cambian tu percepción del mundo. Las creencias que impactan en tu aprendizaje y cómo transformarlas lo dejo para uno de los capítulos del libro que estoy acabando de escribir. Lo que quiero explorar en este texto es la influencia de las creencias –aunque no sólo de las creencias– en la realidad. Estoy lejos de entender estos temas y traigo más preguntas que respuestas. Me apetece divagar.
Al acercarnos a la titánica tarea de entender la realidad aparecen dos posturas aparentemente contrarias. (1) Un realismo naif que consiste en pensar que la realidad está ahí fuera y que es independiente de cualquier conciencia que la experimenta. (2) Y un idealismo, igual de naif, que piensa que la realidad es una creación ex nihilo de la conciencia. Hasta hace poco, encajaba en la primera postura. Si alguien conociera la posición y la velocidad de cada uno de los átomos del Universo, y las leyes físicas que describen su comportamiento, conocería la realidad.
«¿Qué es la belleza?» Con esta pregunta empezaba el curso de Filosofía como ventaja táctica del Instituto Tramontana. Asistí a la clase convencido de que la belleza era objetiva. Esta frase del filósofo David Hume fue directa a la yugular: «La belleza no es una cualidad de las cosas en sí: Sólo existe en la mente que las contempla; y cada mente percibe una belleza diferente». Cambia belleza por realidad y tienes la postura del idealismo naif. Mi rechazo visceral hacia la idea de que cada mente percibe una realidad diferente nace del miedo al sin-sentido y al todo vale al que nos conduce el relativismo extremo. A pesar de este riesgo, creo que la frase de Hume contiene parte de verdad: la belleza y la realidad tienen un componente subjetivo.
¿Las matemáticas se crean o se descubren? Hace algunos meses compartí en Señales un debate entre los divulgadores Javier Santaolalla, Eduardo Sáenz de Cabezón y José Edelstein. En una conversación entre físicos y matemáticos esperaba encontrar elaborados argumentos de cómo las matemáticas desvelan la realidad objetiva que hay ahí fuera. Edu abría una perspectiva interesante (re)preguntando: «¿hemos inventado LA Matemática, la única posible?, ¿o si viniera mañana otra civilización tendría OTRA Matemática?». Presos de nuestra perspectiva no vemos alternativas. Pensamos que las cosas solo podrían haber sido como son. ¿Y si las ciencias hubiesen seguido otro camino?
Creer que ahí afuera hay una realidad objetiva esperando a ser descubierta es un salto de fe que nos permite crear teorías e ideas cada vez más completas y útiles. Si no existiera el ser humano, ¿existirían esas teorías? ¿Existiría la belleza? ¿Existiría las matemáticas? ¿Existiría el lenguaje? ¿Existiría la realidad? ¿Alguien o algo se haría este tipo de preguntas?
La belleza, las matemáticas y la realidad son un baile entre el sujeto y el objeto, una relación entre el observador y lo que existe ahí fuera. Entender los mecanismos con los que nos acercamos al mundo y entendernos a nosotros mismos es tan importante, o quizás más, que entender los átomos o lo que quiera (¿queramos?) que haya ahí afuera. La realidad es un baile.
Sergio-.
Bien lo sabe la filosofía tradicional, y bien lo sabe la neurociencia actual: Ponemos mucho de nuestra parte en la realidad que percibimos, que es un conjunto de patrones identificados por nuestro cerebro de forma heurística y un gran relleno de interpolaciones que ponemos de nuestra parte, ahorrando energía y optimizando nuestra respuesta al medio. Porque es mejor una aproximación regular y rápida, que una perfecta percepción, precisa, tardía e inútil.
Muy bueno, amigo