«— ¿Y no es la justicia la excelencia humana?».
Platón conoció a Sócrates con veinte años. El tábano de Atenas, que por aquel entonces tenía ya sesenta, era un personaje conocido en la polis. Tras sus enseñanzas, Platón decidió dedicar su vida a la filosofía.
En el diálogo de la República, Platón busca esa justicia que su propio maestro no encontró al final de sus días. Esta búsqueda le llevará a plantear un Estado ideal, a cargar contra la democracia: la peor forma de gobierno después de la tiranía, y a escribir algunos de los pasajes más conocidos de toda la historia de la filosofía. En esta edición de Preguntando a los clásicos, la primera dedicada al diálogo de la República, conocerás las ideas alrededor de la justicia del pensador sobre el que se asienta toda la filosofía de Occidente.
¿Qué no es la justicia?
Céfalo plantea la justicia como decir la verdad y devolver lo que se recibe. Sócrates cuestiona y desmonta la definición: — Si un amigo que nos dió un arma enloquece, ¿sería justo devolverle el arma o decirle la verdad en ese estado? Céfalo lo acepta y se despide para realizar ofrendas a los dioses. Toma el relevo su hijo Polemarco.
Polemarco afirma que lo justo es devolver a cada uno lo que se le debe. Sócrates le pide que aclare su definición para examinarla. Como la medicina da remedios a los cuerpos y la cocina da condimento a la comida, la justicia da beneficios a los amigos y perjuicios a los enemigos. ¿Y quiénes son los amigos y los enemigos? Polemarco responde: «— Lo natural es amar a los que se considera buenos, y odiar a los que se considera malos». Sócrates cuestiona: «— ¿Los buenos pueden hacer malos a otros por medio de la excelencia?». El justo no puede hacer injustos a otros, «en ningún caso es justo perjudicar a alguien».
Harto del diálogo socrático, Trasímaco irrumpe en la conversación por medio de gritos, pidiendo al propio Sócrates que defina él mismo la justicia. Tirando de ironía, el filósofo esquiva la pregunta y pide a Trasímaco que ofrezca primero su definición. Este responde: «— Afirmo que lo justo no es otra cosa que lo que conviene al más fuerte». Sócrates intenta refutar esta definición aludiendo a que el gobernante a veces se equivoca y establece medidas que, aunque parece que le convienen, le terminan perjudicando. Trasímaco define gobernante para inmunizar su idea de justicia: «el gobernante, en tanto que es gobernante, no se equivoca, y al no equivocarse establece lo mejor para sí mismo, y esto es lo que debe hacer el gobernado».
Sócrates sigue cuestionando la propuesta de Trasímaco. Utilizando como ejemplo el arte de la medicina y el de la equitación, el filósofo afirma que «ninguna otra arte examina lo conveniente a sí misma, ya que no está necesitada de nada, sino sólo examina lo que conviene a aquello de lo cual es arte». Por tanto, como conocimiento artesanal, la justicia «ni dispone lo que conviene al más fuerte sino lo que conviene al más débil, al gobernado por aquel». Dice Sócrates:
«— Entonces, Trasímaco, en ningún tipo de gobierno aquel que gobierna, en tanto gobernante, examina y dispone lo que le conviene, sino lo que conviene al gobernado y a aquel para el que emplea su arte, y, con la vista en éste conviene y se adecua, dice todo lo que dice y hace todo lo que hace».
Trasímaco no se rinde y le paga a Sócrates con su misma moneda. Compara al gobernante con un pastor que cuida de unas ovejas, no porque convenga a los animales sino porque le conviene al gobernante. Argumenta Trasímaco que «los que censuran la injusticia la censuran no por temor a cometer obras injustas, sino por miedo a padecerlas». El débil es justo porque es incapaz de imponer su voluntad. Si tuviera la fuerza suficiente, sería injusto, pues es más provechoso.